
Hace un tiempo, en una formación nos contaron un cuento muy inspirador e ilustrativo sobre la dualidad de las personas. Sobre cómo poseemos el poder y la responsabilidad sobre las decisiones que tomamos, las elecciones que hacemos y, sobre todo, sobre hacia dónde dirigimos nuestra intención.
Cómo gestionamos lo que elegimos y lo que potenciamos, marcará la diferencia sobre lo que atraemos a nuestra vida, así como el resultado que obtenemos sobre los objetivos o metas que nos proponemos.
La historia decía así:
“Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto una batalla que ocurre en el interior de las personas.
El anciano dijo: “Hijo mío, la batalla se da entre dos lobos que están dentro de todos nosotros”.
Uno es malvado. Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.
El otro en cambio es bueno. Es alegría, paz, amor, gratitud, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.

La misma batalla ocurre dentro de ti, y dentro de cada persona también”.
El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: “¿Qué lobo gana?” . A lo que su abuelo respondió: “Aquel al que tú alimentes”.
“Recuerda esta máxima: cuando cambias las forma en la que miras las cosas, las cosas que miras cambian. La forma en la que percibes las cosas es una herramienta extremadamente poderosa que te permitirá llevar plenamente el poder de la intención a tu vida”.
Wayne Dyer
Esta leyenda no deja de ser una metáfora del día a día y de cómo percibimos lo que nos va ocurriendo. Esa dualidad, la de los dos lobos, está siempre dentro de nosotros, como una balanza, y en función de lo que nos pasa, vamos eligiendo a cuál le damos más peso. A cuál alimentamos.
La vida es pura elección. Es transitar por ella siendo consciente en cada momento de qué emoción es la que nos está dirigiendo y decidir hasta dónde permitimos que nos lleve. Puede ser una guía nos lleve hacia dónde queremos, o algo que nos empuje hacia donde no.
Es una fábula que nos invita a reflexionar sobre la dirección hacia la que elegimos poner nuestra energía, nuestra intención… porque en función de lo que escojamos, obtendremos una cosa u otra. Y no me refiero a que si elijes lo “bueno” todo lo que me vaya a venir será así, si no que encaramos lo que nos ocurre con voluntad de crecimiento, aprendizaje y mejora.
Yo discrepo un poco de la idea de que hay uno bueno y otro malo, que quizás se puede sacar como conclusión tras la lectura. O que uno y otro no pueden coexistir, ya que alimentar a uno supondría la desaparición del otro.
Bueno y malo, y en esto mi profesora Elena Planelles nos insiste siempre, son conceptos mal utilizados. La naturaleza de las cosas es neutra y solo cambia cuando se le pone intención. Un arma es neutra: si dispara a una diana diríamos que es buena, aunque si al dispararse dañase a un ser vivo, podríamos catalogarla como mala.
Todos tenemos ambos lobos dentro. Todos en algún momento sentimos tristeza, celos, envidia, ira, nos dejamos llevar por el ego, la soberbia, etc., de igual modo que sentimos amor, alegría, compasión, gratitud, humildad, etc.
Negar la parte que “menos nos gusta”, es negar nuestra naturaleza. Es negar lo que somos pensando que, al hacerlo, desaparecerá.
Nuestras emociones y sentimientos funcionan cual brújula infalible, y si quitásemos las que consideramos “malas o negativas”, nos quedaríamos sin norte. El miedo que pueda sentir ante una situación de peligro, me pondrá en alerta y me avisará de que algo puede ocurrirme. La ira que puedo llegar a sentir ante algo que me parece injusto, puede hacerme dar un golpe en la mesa y decir basta.

Podríamos decir, generalizando, que dentro de las emociones primarias están las que te hacen sentir bien, y las que te hacen sentir mal. Luego, dentro de estas dos categorías, se engloban todos los sentimientos que juntos funcionan como un barómetro que te permitirían ir desplazándote de una a otras.
Si tomamos como ejemplo a una persona que se encuentra sumida en una fuerte depresión, sentir rabia, le permitiría moverse hacia otras emociones que le harán avanzar y salir del estado en el que se encuentra.
Por lo que, optar en este momento por dar un paseo a nuestro lobo “malo” será imprescindible para empezar a sacar la cabeza del agujero.
La función de este lobo sería la de protegernos, de avisarnos, de mostrarnos esas banderas rojas que a veces mentalmente no vemos, pero que a nuestro corazón no se le escapan.
Emociones y sentimientos conforman una gran cadena llena de distintos eslabones que te permiten llegar hasta esas que te hacen sentir bien. ¿Buenos o malos? Como he dicho antes, depende del contexto y del para qué.
Conocer, adiestrar y entrenar a nuestros lobos, nos proporcionará el autoconocimiento y la inteligencia emocional necesaria que nos permitirá avanzar y trascender nuestras limitaciones.
Negar uno sobre otro solo provoca que las emociones no se gestionen adecuadamente, muchas veces reprimiéndolas. De hacerlo así, a corto o medio plazo la presión de todo eso que hemos estado sofocando provocará que se abra camino, y cual volcán en erupción, se lleve por delante todo lo que encuentra a su paso.
El lobo “malvado” que lleva mucho tiempo hambriento, desatendido, atado sin poder moverse, incluso apaleado, aparecerá en escena en su peor versión comunicándose a dentelladas, pues será la única forma de hacerse entender que ha conocido, o que se le ha permitido

Porque, aunque de cara a la galería hayamos mostrado y sacado a pasear a nuestro lobo “benévolo”, dócil, alegre, humilde y aparentemente bondadoso, la realidad es que al que se ha estado alimentado, es al “malvado”. Por lo que a la mínima que nos “rocen el lomo”, este se nos erizará y daremos paso al que verdaderamente hay detrás.
Y te pregunto, ¿cómo están tus lobos? ¿Les prestas atención? ¿Los tienes atendidos y cuidados? ¿Cómo actúas cuando uno u otro tiene hambre y llama tu atención? ¿Cómo gestionas cuándo aparece uno u otro en escena?
Según Daniel Goleman, “inteligencia emocional es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”.
Su impacto en el éxito personal y profesional, en la toma de decisiones, en el rendimiento académico, etc., es tal, que se le empieza a dar más importancia que al cociente intelectual.
Podemos tener la mejor idea de negocio, la mejor pareja, la mejor familia, el mejor trabajo, etc., que todo se irá al traste si emocionalmente estamos en desequilibrio. Es como si construyésemos nuestra casa de ideal sobre cimientos de papel. A la mínima, se desmoronaría por completo.
En el día a día, que nos encontremos en equilibrio emocional y que sepamos identificar y gestionar nuestras emociones, es de vital relevancia para conseguir los objetivos que nos proponemos ya no solo con nosotros mismos, si no con relación a nuestro entorno.
Y si esto es así, ¿por qué no se le da más importancia en el desarrollo de la persona? ¿Por qué no hay una materia en los años estudiantiles que desarrollen esta inteligencia? ¿Por qué como adultos muchas veces tenemos que coger el saco ese en el que vamos echando todo aquello que no podemos gestionar, darle la vuelta y vaciarlo porque ya no podemos con su peso? Esto último claro está, cuando nos atrevemos a abrirlo y ver qué hay ahí acumulado.
Desarrollar nuestra inteligencia emocional desde una edad temprana permitiría que llegásemos a la edad adulta de forma más equilibrada. Las cicatrices las tendríamos igual, aunque serían heridas que se habrían curado bien en el momento, y no heridas que al mínimo roce, muchos años después siguieran sangrando.
Además, debería ser la típica asignatura que cada año fuera evolucionando porque hoy, mis lobos siguen presentándome retos, y pruebas ya que ellos, a pesar de procurar mantenerlos en equilibrio, no siempre es posible.
De hecho, mi lobo “malvado”, se revuelve a veces y me reta, porque él quiere mandar, porque quiere llevar el control. Algo le ha hecho daño, y o bien quiere usar sus colmillos y garras para contestar, o bien deja de moverse, se acurruca y se siente sin fuerzas, o sin la habilidad necesaria, para gestionar lo que le ha ocurrido.
Así que vuelta a empezar. Mi lobo “benévolo” entra en escena, y poco a poco, va buscando lo que precisa su compañero en ese momento. Cura las heridas que tiene abiertas. Busca si no sabe cómo el apoyo de los referentes que tiene. Y, poco a poco consigue que el “malvado” salga del estado en el que se encuentra, que levante la cabeza, y que se ponga a caminar de nuevo.

Al terminar este post, no puedo si no visualizarme caminando por el bosque con mis lobos, uno a cada lado. Ambos tienen el pelo brillante, son grandes, como esos de la película Crespúsculo. Son fuertes, ágiles e inteligentes. Transitan en estado de alerta, observando lo que nos vamos encontrando, y comunicándose entre ellos y conmigo para ver cómo mejor lo solucionamos.
Me gusta mucho esta visión. Y sé que es uno de mis objetivos personales. Y sé, que, con el tiempo, podré acurrucarme entre ellos, sintiendo solo paz. Que no es poco.
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